Por Pablo Russo
“Extraordinario hombre del lenguaje cinematográfico”
Humberto Ríos, cineasta nacido en La Paz, Bolivia, en 1929, está radicado desde hace años en la Argentina. Se desempeñó como director, guionista, productor, fotógrafo y montajista. Integrante del Nuevo Cine Latinoamericano, su primer cortometraje, Faena, data de 1960 (*). Trabajó junto a dos grandes referentes del cine político argentino: Raymundo Gleyzer y Fernando “Pino” Solanas. Con los años desarrolló también un profundo vínculo con Santiago Álvarez, y fue uno de los principales promotores de su visita a la Argentina en 1997. Hoy se desempeña como docente en la ENERC (Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica).
Queríamos conocer su opinión sobre Santiago Álvarez y sus influencias estéticas en el cine latinoamericano.
Bien, hay que recordar siempre una cosa muy importante: Santiago Álvarez es uno de los más grandes documentalistas de América latina. Fue además, uno de los pioneros en lo que se refería a transformar el lenguaje de noticiero en un lenguaje documental, en un lenguaje, asimismo, muy poético. Recordemos que una de sus primeras obras cuando empieza a ser cineasta -casi a los cuarenta años de edad-, dio un vuelco importante en el cine latinoamericano, y fue fundador de un estilo de videoclip que todo el mundo reconoce como “videoclip político”. Estamos hablando de Now (1965), cortometraje de cinco minutos en el que hace gala de su destreza en el manejo de la imagen fija. Lo de Santiago Álvarez es nada menos que el inicio de un cine documental latinoamericano.
¿A qué se refiere con la destreza en el manejo de la imagen fija?
En que ésta se transforma por razón de montaje y combinación entre imágenes móviles, hábiles y hermosas, con fotografías que tienen la misma importancia, el mismo impacto, de suerte que uno ve un documental totalmente ágil, muy rítmico, claro y politizado.
¿Qué importancia piensa que tenía la música en la organización de las imágenes de sus documentales?
Santiago era un excelentísimo músico, un excelente montajista, un hombre que combinaba sus ideas políticas con cualquier elemento que tuviera a mano. Y con cualquier cosa hacía un pequeño trabajo maravilloso. Era capaz de convertir una conferencia sobre medioambiente, por ejemplo, en una pequeña obra de arte con un mensaje claro. Lo que tenía de bueno es que organizaba sus imágenes en base a la imagen pura, la música, y los ruidos y efectos. No usaba casi nunca un narrador, una voz over; siempre tenía una imagen palpitante, fuerte, combinada. Lo que hace a su riqueza visual, hace también a su riqueza musical. Fue un extraordinario documentalista y un extraordinario hombre del lenguaje cinematográfico.
Es llamativo que haya comenzado su militancia en el cine a los cuarenta años…
Los cuarenta años son hoy una edad simbólica en América latina: es la edad en la que empezó a hacer cine Santiago Álvarez, pero también se cumplen cuarenta años de los principales festivales que tuvo el continente: Viña del Mar (Chile) y Mérida (Venezuela), de los que salió la creación del Nuevo Cine Latinoamericano, del cual Santiago Álvarez fue un pilar fundamental. El cine latinoamericano está en los festejos de los cuarenta años.
¿Qué opina de la incursión de Santiago Álvarez en la ficción? Realizó al menos dos obras: El sueño del pongo (1970) y Los refugiados de la cueva del muerto (1983).
Intentó manejarse en la ficción, pero su fuerte realmente fue, y él lo sintió así, el documental, así sean obras de cinco minutos o de dos horas. Esas dos ficciones no tuvieron casi ninguna importancia, fueron prácticamente un ejercicio, algo así como “el reposo del guerrero”.
Pareciera que en la extensa filmografía de Álvarez son más recordados los documentales cortos que aquellos más largos…
Lo que sucede es que hay una cosa muy importante a tener en cuenta en los documentales de Santiago: las obras menores en cuanto a duración, de diez, quince, veinte minutos o media hora, son mucho mas fuertes e intensas que las obras de dos horas o de hora y media. Es como si el impacto de la síntesis que hace en la imagen, en el recorrido de la narración y el montaje, lo concentrara en pocos minutos y luego ya no tiene la misma fuerza que tenía al comienzo. Su importancia está en la brevedad del tiempo, ahí el impacto es muy enérgico. Cuanto más larga es la obra, menos importante es.
¿Cuál fue su relación personal y laboral con Álvarez?
Mi relación personal con él empezó en el Festival de Viña del Mar 67. Fue después del impacto que nos causó cuando hizo Now. Después lo volví a ver en el Festival de Viña del Mar 69, donde nació una amistad entrañable al influjo del cine. En esa ocasión vimos por primera vez la película en homenaje a Ho Chi Min (79 Primaveras, 1967), y la impresión de esas imágenes llenas de poesía, de una fuerza revolucionara, repletas de una grandeza humanística, fue tan importante e inmensa que consolidó nuestra amistad. Luego, con los años nos volvimos a encontrar muchas veces en viajes que hacíamos por el mundo. Recuerdo uno muy particular, que fue la conferencia del Tercer Mundo en Argelia en 1973, donde pudimos conversar y discutir mucho más a fondo. También nos cruzábamos en los festivales europeos y latinoamericanos, pero la amistad se convirtió en realmente importante cuando en 1997 lo pude traer a Santiago Álvarez a la Argentina, gracias al apoyo de gente de la cultura que pedía su presencia en el país. A partir de entonces, la amistad con él y con Lázara Herrera, su mujer, fue muy intensa. Con ella todavía hoy nos mantenemos en contacto, promoviendo la memoria de Santiago como un hito para seguir impulsando la creación en el cine documental.
¿Qué rescata de su última visita a la Argentina?
En el caso de la experiencia Argentina, pasó que varios estudiantes que no conocían la obra de Santiago tuvieron oportunidad de verla por primera vez en forma íntegra, desde sus películas iniciales hasta las últimas. Se dieron cuenta que tenían delante a una personalidad valiosísima, y muchos intentaron retomar su camino usando su lenguaje en las fotos fijas, los carteles dinámicos, y las emociones a través de la música. Los cambios tecnológicos permitirían hoy, supuestamente, volver a las fuentes que utilizó Santiago, pero la juventud también tiene su propio camino y su propio destino. Creo que lo que están haciendo los jóvenes es, justamente, aún a pesar de que no tengan reminiscencia de este director cubano, recoger sus enseñanzas en cuanto al uso de la música, del montaje, y el mensaje político, que hoy convierte en imperecedero a Santiago Álvarez.
(*) Entre los trabajos más reconocidos de Humberto Ríos podemos citar su intervención como director y montanista en Argentina, mayo de 1969: Los caminos de la liberación (1969), Al grito de este pueblo (1972), su colaboración como camarógrafo en México, la revolución congelada (Raymundo Gleyzer, 1972), y su participación en la difusión clandestina de La Hora de los Hornos (Fernando Solanas y Octavio Getino, 1968) junto al grupo Cine Liberación.